07 Dic Con María Inmaculada
En el corazón del adviento, tiempo de espera esperanzada, María Inmaculada nos convoca un año más a celebrar con Ella la Vida: la Vida que gestó, alumbró, cuidó y acompañó desde el momento en que se abandonó al proyecto de Dios para Ella, dejándole ser en y a través de su persona; la Vida que Jesús de Nazaret vino a traernos y nos ha motivado a cada una de nosotras a entregarnos dando continuidad al carisma que el Espíritu de Dios insufló en el corazón de la Madre Juana María; la Vida de las personas a las que, cada una desde nuestra propia realidad, somos enviadas para acompañarlas en su caminar buscando y procurando que vivan con sentido, plenitud y dignidad; la Vida que cada mañana se nos regala y es motivo de agradecimiento e impulso para peregrinar con esperanza contagiando la frescura de Dios y transmitiendo vida desde la fe y la confianza, desde la ternura y la cordialidad…
En su reciente encíclica, Dilexit nos, el Papa Francisco nos invita a adentrarnos en el corazón de Jesús como fuente de amor y amistad, porque El ‘nos amó primero’ (1 Jn 4, 10). María experimentó en sí misma ese amor de predilección de Dios hacia Ella: conoció el amor que Dios le tenía, creyó en El y le dejó ser en y a través de Ella. Y al dejarle ser en Ella y a través de Ella aprendió a vivir, mirar y dialogar con el corazón, aprendió a ser el corazón de Dios para la humanidad. Al adentrarnos en el corazón de María, lo primero que descubrimos es su corazón de Madre; un corazón que nos invita a palpar y abrazar nuestra pequeñez, porque es en la sencillez, humildad y fragilidad donde Dios Padre deposita, principalmente, su mirada con ternura y es en El, en su corazón, donde, si abrazamos nuestra vulnerabilidad, nos encontramos en verdad a nosotras mismas, nos sabemos amadas por El y aprendemos a amar como El. También descubrimos en María el corazón de la discípula que escucha atentamente la Palabra y la pone por obra (cf. Lc 8, 19-21) comprometiéndose con la instauración del Reino de Dios; es el corazón de quien se esfuerza en cumplir la voluntad de Dios para Ella (cf. Mc 3, 31-35) viviendo desde la fe y el abandono, e invitando a ‘hacer lo que El nos diga’ (cf. Jn 2, 5). Como discípula de Jesús, María nos enseña a vivir en actitud de atenta escucha y mirada contemplativa, de servicio disponible y entrega incondicional, de compromiso liberador…Asimismo, en María late con fuerza un corazón de mujer, un corazón de mirada intuitiva y fina sensibilidad, compasivo y misericordioso, un corazón presto para ayudar, cuidar, aconsejar… es el corazón de la mujer que capta las necesidades de quienes la rodean, que se responsabiliza activamente y se pone con prontitud en camino (cf. Lc 1, 39) para aliviar cansancios, acallar lamentos y acariciar sufrimientos. La mujer que es María nos urge a aproximarnos, escuchar, dialogar… nos emplaza a sinodalizar para dignificar y empoderar, para aliviar y liberar.
En María encontramos también un corazón de hermana el corazón de quien sabe estar al lado, cercana, acompañando tanto en los momentos de gozo, de júbilo y de fiesta (asistió a unas bodas en Caná), como en los de dolor, oscuridad y tristeza (permaneció firme junto a la Cruz). Igualmente, María permaneció junto a los discípulos desencantados y abatidos alentando su esperanza y sosteniendo su fragilidad (se quedó en el Cenáculo esperando al Espíritu con los discípulos). Como hermana, María nos enseña a acompañar a quien sufre o goza, a estar cerca de quien anda desorientado o ha perdido la alegría, a permanecer junto a quien precisa que le tendamos una mano o, simplemente, sentarnos al lado de quien necesita un abrazo.Acerquémonos, en esta festividad de la Inmaculada, al corazón de María para aprender de Ella a amar como madres, discípulas, mujeres, hermanas… Amar es dialogar con el corazón desde una mirada contemplativa, reflexiva, observadora de todo aquello que se gesta en nuestro entorno: vulnerabilidad, opresión, dolor, incertidumbre, pero también ilusión, esperanza, gozo, Vida… Pongamos en este día todo aquello que nuestro corazón percibe en el corazón de María, nuestra Madre y Patrona, para que Ella lo envuelva con su ternura y lo ofrezca al Padre.
¡Feliz día de la Inmaculada!
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